sábado, 2 de agosto de 2025

FELIPE GONZÁLEZ: EL GESTO LIBERAL QUE LA HISTORIA HA OLVIDADO RECONOCER

En la historia política reciente de España, pocas figuras han sido tan controvertidas y a la vez tan determinantes como la de Felipe González. Presidente del Gobierno desde 1982 hasta 1996, su legado ha sido objeto de encendidos debates y fuertes valoraciones tanto positivas como negativas. Desde la óptica liberal, es común que su etapa sea analizada con críticas centradas en el papel expansivo del Estado, la intervención en la economía y las políticas socialdemócratas que caracterizaron su gestión. Sin embargo, hay un aspecto clave y menos comentado que merece una revisión pausada: el sacrificio y la valentía política que mostró en la recta final de su mandato, cuando priorizó el bien de España por encima de su propio interés político e ideológico.

La encrucijada de una España que pedía cambio

Durante los primeros años de gobierno de Felipe González, España vivió una transformación profunda: la modernización del aparato industrial, la integración en la Comunidad Económica Europea, la ampliación del estado de bienestar y la consolidación democrática tras la dictadura franquista. Sin embargo, esta etapa también mostró sus límites. La estructura productiva española estaba anclada en sectores poco competitivos y altamente subvencionados, con empresas públicas deficitarias y un elevado paro estructural.

En este contexto, a principios de los años 90, España afrontaba la necesidad urgente de acometer una reconversión industrial y una racionalización del gasto público, desafíos difíciles y políticamente costosos. Aquí fue donde Felipe González tomó decisiones que, desde una perspectiva liberal, pueden valorarse como un auténtico acto de responsabilidad y compromiso con el interés general.

Reconversión industrial y privatizaciones: medidas dolorosas pero necesarias

El proceso de reconversión industrial implicó cerrar o transformar sectores obsoletos y poco rentables, como la minería o la siderurgia, lo que conllevó la pérdida de empleos y el malestar de sindicatos y trabajadores. Además, González inició la privatización de empresas públicas deficitarias, un giro significativo que buscaba mejorar la eficiencia económica y cumplir con las exigencias del mercado europeo.

Estas medidas supusieron un distanciamiento de sus bases sociales tradicionales, que históricamente habían apoyado al PSOE, y erosionaron el respaldo político que había mantenido durante más de una década. Aun así, González perseveró, consciente de que la España del futuro requería adaptarse a una economía más competitiva y abierta.

Este episodio es especialmente relevante porque demuestra que, a pesar de su ideología socialdemócrata, González no cedió a la tentación de mantener políticas populistas o clientelistas para conservar el poder. En cambio, optó por priorizar la salud económica y la estabilidad institucional, sacrificando su popularidad y, finalmente, su presidencia.

Un gesto poco reconocido desde la izquierda y la derecha

El sacrificio de González ha sido en gran medida ignorado o subestimado en el discurso político y mediático, tanto por sus detractores como por algunos sectores de su propia izquierda.

Para la derecha política española, el legado de González a menudo se reduce a una narrativa de corrupción o de intervención estatal excesiva. Sin embargo, esta visión simplista pasa por alto su capacidad para afrontar reformas estructurales complejas y asumir las consecuencias electorales.

Por otro lado, en sectores progresistas o socialdemócratas, el final de la etapa de González tiende a ser minimizado o incluso ocultado, quizás porque esas decisiones difíciles contrastan con la imagen de un PSOE más orientado al consenso social y al Estado del bienestar.

Un reconocimiento honesto debería transcender estas lecturas parciales. La política, como disciplina de la responsabilidad, exige decisiones difíciles, y González las tomó, con un grado de pragmatismo que puede resultar inspirador para cualquier corriente política que valore la gobernanza responsable y el bien común.

Una lección para el liberalismo y la política actual

Desde una perspectiva liberal, el gesto de Felipe González representa un ejemplo valioso. Si bien no comparto su modelo económico intervencionista ni muchas de sus políticas, no se puede negar que puso por delante el interés general y la viabilidad del país, incluso a costa de su carrera política personal.

Este tipo de liderazgo responsable es lo que muchas democracias modernas necesitan, especialmente en un tiempo marcado por la polarización, el cortoplacismo y la instrumentalización política de los conflictos sociales.

Además, su ejemplo invita a reflexionar sobre la importancia de la responsabilidad institucional y la aceptación de la alternancia en el poder, valores esenciales para la estabilidad y madurez democrática.

Conclusión: reconocer sin idealizar

Reconocer el mérito de Felipe González en esta etapa no implica idealizar su gobierno ni negar los errores y escándalos que también marcaron su etapa. Se trata de rescatar un gesto político que, desde el liberalismo, puede ser visto como un acto de compromiso con el bien común, la modernización y la estabilidad institucional.

En un mundo político donde la demagogia y la polarización parecen prevalecer, recordar el sacrificio de un líder que, más allá de sus ideas, puso el país por encima de sus intereses personales es un ejercicio necesario.

Felipe González puede no ser el presidente liberal que muchos hubieran deseado, pero sí fue un presidente que, al menos en el momento más difícil, se comportó como un verdadero estadista. Y ese es un legado que merece mayor reconocimiento en el debate político español contemporáneo.

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