domingo, 28 de diciembre de 2025

ANATOMÍA DE NUESTRAS CREENCIAS : POR QUÉ NOS CUESTA CAMBIAR DE OPINIÓN POLÍTICA

Cuando vemos Anatomía de un Instante, la serie de Movistar+ sobre el 23F, podemos pensar que estamos ante un drama histórico sobre militares irracionales atrapados en el pasado. Pero si observamos más atentamente, la serie ilustra algo mucho más profundo: un problema universal de la naturaleza humana que sigue reproduciéndose hoy, en nuestras calles y redes sociales. No es una cuestión exclusivamente histórica. Es un espejo incómodo de cómo funcionamos todos.

La parálisis del cambio

Los militares españoles de 1981 no podían aceptar un modelo de país diferente. Para ellos, durante cuarenta años, Franco había definido qué era España, qué era la patria, quiénes eran los enemigos. El régimen no solo había gobernado; había colonizado sus mentes. El anticomunismo no era una opinión que pudieran dejar en la puerta del cuartel: era parte de su identidad, del relato que les explicaba quiénes eran y por qué su sacrificio tenía sentido.

Cuando Adolfo Suárez legalizó el Partido Comunista en 1977, algo se rompió. No fue solo un desacuerdo político; fue una traición existencial. Esos militares experimentaron una amenaza tan profunda a su identidad que la reacción fue visceral. No podían argumentar racionalmente contra ello porque no se trataba de un argumento: era una cuestión de ser o no ser.

¿Suena lejano? Observa las redes sociales, cualquier debate político. Sustituye "comunismo" por "capitalismo", "neoliberalismo", "socialismo" o cualquier otra etiqueta. Sustituye "militares" por personas como tú y como yo, apasionadas por nuestras convicciones políticas.

La identidad como trampa

La psicología moderna ha identificado un fenómeno denominado "efecto backfire". Cuando presentamos a alguien argumentos que contradicen sus creencias políticas arraigadas, algo contraintuitivo ocurre: la persona no analiza los argumentos con apertura. En cambio, se atrinca aún más en su posición original. Cuanto más evidencia aportas, más segura se siente de que estabas equivocado.

¿Por qué? Porque nuestras creencias políticas no son opiniones aisladas sobre impuestos o políticas públicas. Son parte central de nuestro sentido de identidad. Cuando alguien de izquierdas escucha argumentos sobre la eficiencia del mercado, no está procesando economía: está interpretando un ataque a la narrativa que le explica por qué sufre, a quién culpar, qué significa ser "uno de los buenos". Lo mismo ocurre inversamente con personas de derechas que escuchan críticas al liberalismo.

En Anatomía de un Instante, vemos a hombres formados en instituciones que construyeron su identidad alrededor de ideas absolutas: patria, orden, anticomunismo. Cuando esas ideas se tambalean, ellos no reflexionan; reaccionan. Y reaccionan violentamente porque sienten que su existencia misma está siendo negada.

Hoy hacemos lo mismo, solo que sin tanques en las calles. Nos atrincheramos en nuestros dogmas partidistas. Compartimos artículos que refuerzan lo que ya creemos. Bloqueamos a quien piensa diferente. No debatimos; confrontamos. Y cuando alguien nos presenta datos que contradicen nuestras creencias, nuestro primer instinto no es pensar: es defendernos.

El espejo incómodo

La verdad incómoda es que todos somos así. No es debilidad de "los otros". Es funcionamiento neuropsicológico normal. El cerebro humano no está optimizado para la objetividad política; está optimizado para la supervivencia en grupo. Defender las creencias del grupo es defender tu pertenencia al grupo. Y la pertenencia al grupo era supervivencia en el mundo ancestral.

Lo que la serie nos muestra, sin decirlo explícitamente, es que Tejero, Milans del Bosch y Armada no eran monstruos irracionales. Eran hombres que vivían una amenaza existencial real. Sus creencias eran falsas en retrospectiva, pero genuinas en su experiencia. Exactamente igual que tú estás convencido de que tu perspectiva política es correcta, y yo de la mía.

¿Hay salida?

La pregunta crucial no es "¿cómo demuestro que tengo razón?", porque los argumentos no cambian creencias políticas profundamente arraigadas. La pregunta es diferente: ¿podemos al menos reconocer que nuestras convicciones están protegidas por defensas psicológicas más fuertes que la lógica?

Anatomía de un Instante nos ofrece una lección amarga y necesaria. El cambio de creencias no ocurre porque alguien te gane en un debate. Ocurre cuando las circunstancias vitales cambian, cuando te relacionas humanamente con quien piensa diferente (no como enemigo, sino como persona), o cuando la experiencia directa contradice tu marco de interpretación de la realidad.

Quizá la conclusión más incómoda es esta: todos somos militares de 1981, atrincherados en nuestros dogmas, incapaces de admitir que quizá nos hemos equivocado. La diferencia es que la mayoría no tenemos tanques. De momento.

Lo que la serie nos invita a hacer es mirar hacia adentro. No con la intención de cambiar tus convicciones políticas necesariamente, sino de reconocer que las tienes porque tu identidad está ligada a ellas, no porque hayas analizado desapasionadamente todas las evidencias. Ese pequeño reconocimiento quizá sea el primer paso para dejar de ser cautivos de nuestros propios dogmas.