domingo, 6 de julio de 2025

ESPAÑA, SÁNCHEZ Y EL ESPEJISMO DEL CRECIMIENTO

En los últimos años, el gobierno de Pedro Sánchez ha celebrado reiteradamente el crecimiento del PIB como una prueba irrefutable del éxito de su gestión. Los titulares internacionales y los informes macroeconómicos apuntan a una economía española que, a pesar de los shocks globales, sigue avanzando. Sin embargo, detrás de esta narrativa triunfalista se esconde una realidad menos complaciente: el crecimiento económico de España es más fruto de la inercia, los factores externos y el tirón del sector turístico que de reformas estructurales impulsadas por el Ejecutivo.

Una recuperación sin dirección

Es cierto que España ha recuperado niveles de actividad económica similares a los previos a la pandemia. Pero reducir el análisis al crecimiento del PIB es simplificar en exceso. El empleo sigue caracterizado por una alta temporalidad en muchos sectores, la productividad permanece estancada y la deuda pública ha alcanzado niveles preocupantes. El auge del turismo y los fondos europeos han actuado como muletas temporales, pero el gobierno de Sánchez ha fallado en transformar este contexto favorable en una oportunidad para hacer reformas estructurales profundas.

No ha habido una modernización decidida del mercado laboral, ni una revisión del sistema fiscal que incentive la inversión privada, ni una apuesta firme por la digitalización o la educación de calidad. Al contrario: se han multiplicado los anuncios grandilocuentes sin impacto real, mientras se ha cultivado una cultura política basada en el subsidio y la complacencia, no en la eficiencia y el mérito.

Sánchez: el poder como fin

Pedro Sánchez ha demostrado una capacidad notable para sobrevivir políticamente en un escenario fragmentado y polarizado. Pero esa misma habilidad, que en otros contextos podría considerarse virtú (nota al pie) política, ha degenerado en un ejercicio de poder por el poder. Sus pactos con fuerzas radicales y nacionalistas, sus vaivenes ideológicos y su constante tendencia al personalismo evidencian una adicción al control institucional que empieza a pasar factura a la calidad democrática del país.

Un líder verdaderamente comprometido con el futuro de España sabría dar un paso al lado cuando su figura se convierte en un obstáculo para la estabilidad. Pero Sánchez parece más centrado en blindarse, incluso a costa de deteriorar aún más la confianza institucional y generar una atmósfera de confrontación permanente.

¿Qué vendrá después?

Desde una visión liberal, lo que necesita España no es más intervencionismo, ni más propaganda gubernamental disfrazada de progreso. Necesita reformas que impulsen la competitividad, liberen el potencial del emprendimiento, reduzcan el peso del Estado donde no aporta valor, y apuesten decididamente por la responsabilidad individual y la libertad económica.

El crecimiento, cuando no está anclado en reformas sólidas y duraderas, se convierte en un espejismo. Sánchez ha vivido —y sigue viviendo— del impulso externo y de la anestesia monetaria europea. Pero no podrá sostener ese relato indefinidamente. Tarde o temprano, la realidad exigirá respuestas que este gobierno parece incapaz —o no dispuesto— a ofrecer.


Virtù (italiano, según Maquiavelo): habilidad política, astucia, capacidad de un líder para imponerse y mantener el poder, incluso mediante medios poco ortodoxos si es necesario.

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