domingo, 27 de julio de 2025

COMO DESCUBRÍ EL LIBERALISMO (Y POR QUÉ NOS ES LO QUE MUCHOS CREEN)

Durante muchos años compartí sin cuestionarlo el discurso habitual sobre lo público, el papel del Estado y la economía. Como muchos, pensaba que el mercado tenía su función, pero que debía ser limitado, vigilado, corregido. Que el Estado debía encargarse de “lo importante”, que lo público era sinónimo de justicia social, y que los servicios esenciales no podían dejarse al beneficio privado.

Ese modo de pensar me parecía de sentido común. Pero, poco a poco, empecé a encontrar argumentos que no solo cuestionaban esa visión, sino que la desmontaban desde la lógica, la ética y la economía real. A través de vídeos y lecturas de economistas como Juan Ramón Rallo, Daniel Lacalle y Jesús Huerta de Soto, llegué a los grandes autores del pensamiento liberal clásico y de la Escuela Austriaca: Mises, Hayek, Menger, Bastiat. Lo que encontré no fue un dogma, sino una forma coherente y profunda de ver la sociedad: un respeto radical por la libertad individual y una defensa del mercado como orden espontáneo y racional.

Hoy me considero liberal. Y una de las ideas que más ha transformado mi forma de entender la economía es la que plantea Mises en su célebre ensayo de 1920: el problema del cálculo económico en el socialismo. Una idea poderosa, pero ignorada.

Sin precios, el Estado no puede calcular

Mises demostró que, en una economía donde el Estado posee los medios de producción, no pueden existir precios formados por el mercado, porque no hay propiedad privada ni intercambio voluntario. Y si no hay precios reales, no se puede saber el coste real de nada. No se puede calcular si una inversión tiene sentido económico, si un servicio es eficiente, si se está creando o destruyendo valor.

En el mercado, el empresario toma decisiones en función de precios, costes y beneficios. Si se equivoca, pierde dinero. Si acierta, gana. El sistema corrige sus errores automáticamente. Pero en el Estado, no hay beneficios ni pérdidas reales, solo ejecución presupuestaria. Se gasta, se anuncia, se inaugura, pero ¿cómo se mide si ha valido la pena? ¿Cómo sabemos si los recursos se usaron bien?

Esa es la gran diferencia: el mercado tiene un sistema de señales y disciplina; el Estado, no. Y eso lo vuelve inherentemente ineficiente, incluso cuando sus intenciones son buenas.

“Si hace falta, se hace”: una idea peligrosa

Muchos, cuando escuchan esta crítica al gasto público, responden con algo que parece de sentido común:

“Bueno, si hace falta un hospital o una carretera, se hace. No hay que pensar en beneficios”.

Pero esa frase encierra varios problemas graves.

Primero, ¿quién decide qué es “necesario”? En el mercado, lo decide la gente con sus actos voluntarios: pagando por lo que valora. En el Estado, lo decide un político, un burócrata, o un planificador, sin incentivos a acertar ni consecuencias por equivocarse.

Segundo, incluso si algo parece necesario, eso no basta. Los recursos son escasos. Cada euro gastado en una cosa es un euro que no va a otra. Construir un hospital puede sonar bien, pero ¿y si lo que hacía falta era contratar médicos o modernizar el que ya existe? ¿Y si ese dinero hubiese sido más útil en otro servicio o en manos del contribuyente que lo ganó?

Tercero, el hecho de hacer algo no garantiza que se haga bien. España está llena de ejemplos de obras públicas inútiles: aeropuertos vacíos, estaciones de AVE sin pasajeros, centros culturales sin actividad. Se hicieron. Costaron millones. ¿Fueron necesarias? Tal vez sobre el papel. Pero si hubieran dependido de una inversión privada, probablemente no se habrían realizado. Porque no tenían demanda suficiente. Porque no generaban valor.

Por último, el Estado no produce riqueza, solo la redistribuye. Cada gasto público implica extraer dinero a la sociedad, ya sea vía impuestos o vía deuda (es decir, impuestos futuros). El coste existe siempre, aunque se oculte.

Lo que no se mide, no se puede mejorar

Decir que el Estado no necesita medir beneficios es como decir que un piloto puede volar sin instrumentos. Sin precios, sin señales de mercado, sin pérdidas que obliguen a corregir errores, el Estado vuela a ciegas. Puede gastar muchísimo y equivocarse por completo, y nada lo forzará a corregirse. Solo la política, la propaganda o la presión electoral.

El liberalismo no niega que haya bienes públicos, ni que el Estado deba existir. Pero sí exige que sus funciones sean limitadas, racionales y transparentes. Que se justifique cada euro gastado, que se evalúen los resultados, que se comparen alternativas, y que se reconozcan sus límites estructurales.

Como bien explica Jesús Huerta de Soto, el mercado es un proceso dinámico de descubrimiento. En él, los errores se pagan y los aciertos se premian. No hace falta que nadie planifique todo desde arriba. Basta con permitir que los individuos cooperen libremente, respetando su propiedad y sus contratos. El orden surge espontáneamente. Pero eso requiere libertad.

¿Es cierto que el empresario explota a los trabajadores?

A menudo se escucha que el empresario es “malo”, que solo busca maximizar su beneficio a costa de explotar a sus empleados. Esta idea es un cliché que merece ser revisado.

Es verdad que algunos empresarios pueden actuar mal o aprovecharse, pero generalizar esa actitud es injusto y poco realista. La figura del empresario, tal como la entiende la Escuela Austriaca y el liberalismo, es la de un agente que busca crear valor identificando necesidades no satisfechas y organizando recursos para satisfacerlas.

En un mercado libre, un empresario que explota a sus trabajadores o no cuida a sus clientes no puede sobrevivir mucho tiempo, porque:

  • Los trabajadores pueden buscar mejores condiciones o irse, y si no las encuentran, aparecerán competidores que sí las ofrezcan.
  • Los clientes elegirán empresas que les ofrezcan mejor calidad o precio.
  • La reputación es fundamental, y las malas prácticas se pagan con pérdida de negocio.

El empresario exitoso no solo busca el beneficio inmediato, sino la sostenibilidad a largo plazo. Esto implica invertir en sus empleados, innovar y mantener la confianza de sus clientes.

Por tanto, el mercado es un mecanismo que corrige abusos y premia la creación de valor. No es perfecto, pero es mucho más eficiente y justo que cualquier sistema basado en la imposición y la planificación centralizada.

El liberalismo no es egoísmo

Desde que adopté estas ideas, he notado sorpresa o desconfianza en algunos conocidos. La palabra “liberal” a veces se asocia con egoísmo o indiferencia social. Pero el liberalismo no defiende la codicia ni la insolidaridad, sino la responsabilidad individual y la libertad para decidir.

No se trata de eliminar toda forma de ayuda, sino de que la ayuda sea voluntaria, no impuesta. Que las personas tengan libertad para asociarse, para ayudar, para crear iniciativas sin la burocracia o la arbitrariedad estatal.

Un camino personal y una invitación

Llegar a esta visión fue un proceso de lectura, reflexión y contraste con la realidad. Comprender que el Estado no puede calcular con eficiencia ni medir resultados me hizo ver el gasto público con otros ojos.

No pretendo imponer una etiqueta ni convencer a todos. Solo invito a reflexionar sobre:

  • ¿Por qué damos por sentado que lo público siempre es mejor?
  • ¿Por qué aceptamos ineficiencias en el Estado que nunca toleraríamos en el sector privado?
  • ¿Qué pasaría si exigimos al Estado la misma rendición de cuentas que a cualquier empresa?
  • ¿Y si el mercado no fuera el problema, sino la solución?

Conclusión

El liberalismo no es una ideología para ricos ni un mantra económico frío. Es una filosofía que defiende la libertad, la responsabilidad y los límites al poder político. Parte de la idea de que nadie sabe mejor que uno mismo qué necesita, y que nadie debería decidir por ti cómo vivir, producir o ayudar.

Frente al “si hace falta, se hace”, el liberalismo responde:
“Si realmente hace falta, habrá quien lo demande y quien lo haga bien. Y si no, quizá no era tan necesario.”

viernes, 25 de julio de 2025

LA LEY COMO JUSTICIA ORGANIZADA: FRÉDÉRIC BASTIAT Y SU VIGENCIA HOY

En su influyente obra La ley, el economista y pensador francés Frédéric Bastiat lanzó una advertencia poderosa y aún vigente:

“La ley es la justicia organizada, y nada más.”

Con esta frase, Bastiat no solo define el propósito esencial de la ley, sino que critica cómo ha sido pervertida por el poder político para convertirse en herramienta de injusticia, bajo el disfraz de filantropía o progreso social. A través de una mirada clara y provocadora, su mensaje plantea una cuestión fundamental:
¿Debe la ley limitarse a proteger la vida, la libertad y la propiedad, o debe ser usada para redistribuir, educar, moralizar o igualar?

La ley: defensa, no redistribución

Para Bastiat, los derechos naturales —vida, libertad y propiedad— existen antes que la ley. No son una concesión del Estado, sino una condición inherente al ser humano. La única función legítima de la ley es proteger esos derechos, organizando de forma colectiva el derecho individual a la legítima defensa.

En sus propias palabras:

“La ley no es otra cosa que la organización colectiva del derecho individual de legítima defensa.”

Desde esta perspectiva, cuando la ley protege a todos por igual y se limita a garantizar la justicia, cumple su función. Pero cuando va más allá —cuando intenta imponer virtudes, fomentar industrias, organizar la educación o repartir riqueza— pervierte su misión original y se convierte en “expoliación legal”.

¿Qué es la expoliación legal?

Bastiat introduce un concepto clave: la expoliación legal. Se refiere a cualquier situación en la que la ley se usa para quitarle a unos lo que les pertenece, para dárselo a otros, aunque sea con fines “sociales” o “morales”. Es, en esencia, robo institucionalizado.

A diferencia del robo común, que es castigado por la ley, en la expoliación legal es la ley misma la que comete el robo. Esto genera una paradoja destructiva: se obliga al ciudadano a respetar leyes que ya no son justas, sino instrumentos de injusticia.

Bastiat señala que esta perversión suele nacer de dos fuentes:

  • El egoísmo de quienes usan el poder para beneficiarse.
  • La falsa filantropía de quienes creen que pueden “forzar el bien” desde el Estado.

Ejemplos actuales de expoliación legal

Aunque Bastiat escribió en el siglo XIX, sus advertencias siguen resonando en nuestras sociedades modernas. Algunos ejemplos ilustran cómo la ley se sigue utilizando para fines distintos a la justicia:

1. Subvenciones y proteccionismo

Cuando el Estado otorga ayudas a ciertas industrias (como la automotriz o la agrícola), está tomando dinero de los contribuyentes para beneficiar a grupos específicos. Lo mismo ocurre con aranceles que protegen ciertos productos nacionales, encareciendo el precio para todos.

Bastiat diría: esto no es justicia, es expoliación legal, porque la ley deja de ser imparcial y se vuelve instrumento de privilegio.

2. Impuestos progresivos y redistribución forzada

Muchos sistemas fiscales imponen impuestos excesivos a unos para redistribuir a otros, con el argumento de buscar “igualdad social”. Aunque la intención sea noble, Bastiat advierte que la justicia no puede basarse en quitar a unos sin su consentimiento, incluso si es para ayudar a otros.

Cuando la ley se convierte en un medio para realizar la caridad obligatoria, destruye tanto la libertad como la justicia.

3. Educación y moral impuestas por el Estado

En numerosos países, la educación pública no solo es obligatoria, sino que también transmite una visión única del mundo, la historia, la moral y la política. Bastiat criticaba esta idea porque convierte al Estado en una especie de ingeniero social, que moldea a las personas según sus fines, anulando la libertad de conciencia y la responsabilidad individual.

 

Fraternidad forzada = libertad destruida

Bastiat distingue entre la fraternidad espontánea —que nace del corazón humano— y la fraternidad forzada —impuesta por la ley—. Esta última, aunque se vista de compasión, siempre requiere fuerza, y por lo tanto, termina destruyendo la libertad.

“No puedo concebir la fraternidad legalmente impuesta sin que resulte destruida la libertad legalmente protegida.”

Este es el gran dilema que plantea Bastiat: cuando el Estado quiere ser “bueno” por la fuerza, inevitablemente se vuelve injusto con alguien más.

La alternativa: limitar la ley a la justicia

Bastiat propone una solución clara, aunque radical para muchos:
Devolver la ley a su función original: proteger la vida, la libertad y la propiedad, y nada más.

Si la ley dejara de intervenir en educación, moral, economía o religión, muchas de las luchas políticas perderían fuerza. Bastiat afirma que gran parte del conflicto social surge precisamente porque todos quieren usar la ley para su propio beneficio. Si la ley fuera estrictamente neutral y limitada a impedir la injusticia, nadie la usaría como arma política.

Conclusión

Frédéric Bastiat nos ofrece una visión poderosa de la ley: no como herramienta de ingeniería social, sino como escudo que protege nuestros derechos más básicos. Nos recuerda que, aunque la tentación de usar la ley para “hacer el bien” es fuerte, los resultados suelen ser contraproducentes: más injusticia, más conflicto, menos libertad.

Hoy más que nunca, su advertencia merece ser escuchada. En tiempos donde se pide al Estado que lo haga todo, Bastiat nos recuerda que la ley no debe ser un dios, ni un padre, ni un redentor. Solo un guardián de la justicia, y nada más.

jueves, 24 de julio de 2025

EL EMPLEO EN ESPAÑA EN 2025: EVOLUCIÓN RECIENTE, BALANCE A DIEZ AÑOS Y EL RETO TECNOLÓGICO DE LOS NEXT GENERATION

 El mercado laboral español atraviesa un momento de notable dinamismo. Los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del segundo trimestre de 2025 reflejan una recuperación sólida con un aumento significativo de la ocupación y una reducción del desempleo. Sin embargo, para comprender esta realidad es importante analizarla en perspectiva, no solo en el corto plazo, sino también en su evolución durante la última década. Además, cabe preguntarse qué papel han jugado y pueden jugar las inversiones en tecnología, especialmente a partir de los fondos europeos Next Generation, para transformar y hacer más eficiente el empleo público.

1. La EPA 2025: un mercado laboral en recuperación

El segundo trimestre de 2025 cerró con 22,27 millones de personas ocupadas, un incremento de más de medio millón en solo tres meses, según la EPA. Esta cifra supera los niveles de ocupación habituales en la última década, situando a España en una senda de crecimiento sostenido tras los vaivenes derivados de la pandemia y la crisis económica.

La tasa de paro se redujo en 236.000 personas, quedando en 2,55 millones, lo que representa un descenso de aproximadamente un punto porcentual, situando la tasa de desempleo en un 10,29%. Aunque aún lejos de los niveles precrisis, esta mejora es significativa y consolida una tendencia positiva.

El aumento de la tasa de actividad, que llegó al 59,03%, muestra también un mayor número de personas incorporándose al mercado laboral, un indicador clave de confianza en la economía y expectativas de empleo.

El sector privado fue el principal motor de esta creación de empleo, con un aumento cercano a los 480.500 puestos, mientras que el sector público creció en menor medida, en torno a 22.900 personas. Dentro del privado, destacaron sectores como servicios, hostelería y comercio, que continúan recuperando la demanda tras los ajustes sufridos en años anteriores.

Además, hay que señalar el repunte del empleo en colectivos tradicionalmente más vulnerables, como los jóvenes y las personas mayores de 55 años, un signo de mayor inclusión laboral.

2. Una mirada a diez años: la evolución del empleo público y privado

Si miramos más allá de 2025 y analizamos la evolución del empleo en España en la última década, vemos un crecimiento desigual entre el empleo público y el privado.

El empleo público aumentó en torno a 440.000 personas entre 2015 y 2024, pasando de unos 3,15 millones a cerca de 3,59 millones. Este crecimiento responde principalmente a políticas de fortalecimiento de sectores esenciales como sanidad, educación y servicios sociales, áreas que demandan personal para garantizar la calidad y cobertura del bienestar público.

Por otro lado, el empleo privado creció mucho más intensamente, en torno a 1,6 millones, llegando a superar los 18,2 millones de personas ocupadas en 2025. Este crecimiento refleja la dinámica económica y empresarial, así como la recuperación tras la crisis económica y la pandemia.

Sin embargo, es importante destacar que en 2025 se observa un cierto estancamiento en el empleo público, posiblemente debido a restricciones presupuestarias y a un reconocimiento creciente de la necesidad de modernizar la administración.

3. El reto tecnológico y los fondos Next Generation: una oportunidad para la modernización

El crecimiento del empleo público es justificado en muchos casos por las demandas sociales y la necesidad de reforzar servicios esenciales. No obstante, surge la pregunta de si este aumento podría haberse mitigado con una apuesta más decidida por la modernización tecnológica.

Los fondos europeos Next Generation EU se presentaron como una oportunidad sin precedentes para impulsar la digitalización y la innovación en la administración pública española. Estos recursos están diseñados para transformar el funcionamiento del sector público, mejorar la eficiencia y la transparencia, y en definitiva, hacer más con menos.

Sin embargo, la ejecución de estos fondos ha tenido un ritmo desigual y, en algunos casos, se ha orientado más a la ampliación de plantillas que a la inversión en tecnologías disruptivas como la automatización, la inteligencia artificial o la digitalización completa de procesos administrativos.

Una administración pública modernizada, apoyada en tecnologías avanzadas, podría:

  • Automatizar trámites y procesos burocráticos, reduciendo tiempos y costes.
  • Implementar inteligencia artificial para mejorar la atención ciudadana y la planificación.
  • Digitalizar completamente servicios como sanidad y educación, facilitando el acceso y mejorando la gestión.
  • Eliminar el uso del papel y promover una administración sin fronteras físicas.
  • Utilizar análisis de datos para una gestión inteligente y transparente de recursos públicos.

Esta transformación tecnológica no solo permitiría mejorar la calidad del servicio, sino que también ayudaría a contener el crecimiento del empleo público, al hacer que las plantillas existentes puedan gestionar más volumen de trabajo con mayor eficacia.


(CIFRAS 2T EPA) EMPLEO RÉCORD EN ESPAÑA: MÁS TRABAJO, PERO CON ESTABILIDAD DÉBIL

España ha superado por primera vez en su historia los 22,27 millones de personas ocupadas, según los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del segundo trimestre de 2025. La tasa de paro ha caído al 10,29 %, el nivel más bajo desde 2008. Son, sin duda, cifras positivas a primera vista. Pero si se mira más allá del titular, la realidad del mercado laboral español revela una fragilidad preocupante: buena parte del empleo creado carece de estabilidad real, y el gasto público en subsidios y prestaciones sociales continúa siendo muy elevado.

Contratos indefinidos, pero inestables

La reforma laboral de 2022 impulsó con fuerza la contratación indefinida, limitando los contratos temporales a situaciones muy concretas. Esto provocó un auge de los contratos fijos-discontinuos, una figura que en los datos aparece como “indefinida”, pero que en la práctica se traduce en empleo intermitente.

En el segundo trimestre de 2025, el 70 % del incremento neto de empleo fue con contratos indefinidos, especialmente fijos-discontinuos y a tiempo parcial. En mayo de 2025, según el Ministerio de Trabajo:

  • Solo el 16,8 % de todos los contratos fueron indefinidos a tiempo completo.
  • El 15,4 % eran fijos-discontinuos.
  • Y el 58,4 % seguían siendo temporales, pese a la reforma.

La conclusión es clara: tener un contrato indefinido ya no significa tener una estabilidad garantizada.

Sectores que lideran la contratación: precarios y estacionales

De los 503.300 empleos creados este trimestre, los mayores crecimientos se concentraron en:

Sector

Nuevos empleos

Estabilidad real

Hostelería

+180.500

🔴 Baja (fijo-discontinuo, parcial, rotación)

Industria ligera

+90.000

🟡 Media (según subsector)

Comercio minorista

+64.200

🔴 Baja (temporalidad alta)

Educación y sanidad

-50.500

🔵 Alta (pero en retroceso este trimestre)

Hostelería, agricultura, logística y comercio minorista son sectores con alta temporalidad, salarios bajos y rotación elevada. La mayoría de contratos son estacionales, por campañas o a jornada parcial, y el trabajador suele volver al paro al cabo de unos meses.

 Un contrato fijo-discontinuo en hostelería puede implicar solo trabajar entre mayo y septiembre, y cobrar paro el resto del año.

¿Por qué sigue siendo necesario tanto gasto público en ayudas?

A pesar del crecimiento del empleo, el Estado sigue sosteniendo con recursos públicos a millones de personas que no logran salir del bucle entre precariedad laboral y ayudas sociales.

1. Prestaciones por desempleo

Según el SEPE, en junio de 2025:

  • Más de 1,5 millones de personas cobraban prestaciones por desempleo.
  • El gasto mensual en estas prestaciones fue superior a 1.700 millones de euros.

Es decir, aunque haya más gente trabajando, también hay muchas que trabajan unos meses y vuelven a necesitar subsidios.

2. Ingreso Mínimo Vital (IMV)

El IMV se ha convertido en un pilar para cubrir las carencias del modelo laboral. Datos de la Seguridad Social en junio 2025:

  • 736.867 hogares eran beneficiarios.
  • Más de 2,25 millones de personas recibían esta ayuda.
  • El gasto mensual ascendió a 429,8 millones de euros.
  • Desde 2020, el gasto acumulado supera los 15.700 millones de euros.

Más del 60 % de los hogares perceptores del IMV tienen algún vínculo laboral: personas que trabajan, pero no alcanzan ingresos mínimos.

Además, según la AIReF, más del 55 % de los hogares elegibles aún no lo solicitan, por desconocimiento o barreras burocráticas.

Trabajadores pobres: empleo sí, dignidad no

El fenómeno del "trabajador pobre" ya no es excepcional. Según InfoJobs, más del 36 % de los contratos indefinidos no duran un año. Además, miles de personas combinan contratos parciales con prestaciones, o dependen de subsidios incluso mientras están empleados.

Las condiciones laborales actuales impiden que una parte significativa de la población planifique a medio plazo, ahorre o acceda a vivienda, a pesar de estar ocupada según los registros oficiales.

¿Qué políticas se necesitan?

La solución no está solo en crear empleo, sino en crear empleo de calidad. Las siguientes propuestas deberían estar en el centro del debate político:

  1. Revisión del contrato fijo-discontinuo, exigiendo mínimos de actividad anual o mejorando su protección.
  2. Incentivos fiscales y laborales a empresas que generen empleo estable real.
  3. Refuerzo del IMV y simplificación de su acceso, para evitar que los más vulnerables queden fuera.
  4. Inversión en sectores de valor añadido, como tecnología, industria avanzada, energías renovables o servicios públicos.
  5. Formación continua y acompañamiento laboral, especialmente para mujeres, jóvenes y mayores de 45 años.

Conclusión

España puede celebrar cifras récord de ocupación y la menor tasa de paro desde 2008. Pero el verdadero reto no está en el número de trabajadores, sino en cómo y en qué condiciones trabajan. Si el empleo creado no garantiza ingresos dignos ni estabilidad, el gasto público seguirá siendo estructural y millones de personas continuarán atrapadas entre contratos frágiles y subsidios.

El éxito estadístico debe traducirse en progreso real para las personas.

 

 

 

Fuentes:

  • Instituto Nacional de Estadística (INE) – EPA 2T 2025
  • Ministerio de Trabajo – Datos contratación mayo 2025
  • SEPE – Prestaciones por desempleo, junio 2025
  • Seguridad Social – IMV junio 2025
  • AIReF – Evaluación cobertura IMV 2024–2025
  • InfoJobs – Barómetro del empleo 2024

domingo, 20 de julio de 2025

LA FE EN LOS POLÍTICOS Y EL OLVIDO DE LA LIBERTAD

En tiempos de polarización creciente, crisis económicas e incertidumbre global, muchos ciudadanos parecen haber encontrado refugio en figuras políticas que prometen orden, justicia o redención. Esta tendencia, lejos de ser un fenómeno exclusivamente contemporáneo, refleja una constante histórica: la tentación de delegar la responsabilidad individual en manos de una autoridad que “sepa lo que hace”.

Es natural, hasta cierto punto. Vivimos en sociedades complejas, con problemas que desbordan a menudo la comprensión cotidiana. Frente a ese desorden, resulta reconfortante creer que hay alguien con un plan claro, una visión firme y una capacidad casi mágica para resolverlo todo desde arriba. Pero esa comodidad tiene un precio. Cuando depositamos nuestra confianza ciega en los políticos, dejamos de lado el principio más básico sobre el que se construye una sociedad libre: la soberanía del individuo.

La adhesión incondicional a ciertos partidos o líderes rara vez nace de un análisis racional de sus propuestas. En su lugar, se apoya en factores psicológicos y emocionales profundos. Las personas necesitan sentirse parte de algo, pertenecer a una comunidad, reafirmar su visión del mundo. La política, como la religión o el deporte, ofrece símbolos, enemigos, promesas y certezas. Es un terreno fértil para la fidelidad emocional, pero también para la manipulación.

Uno de los principales mecanismos que refuerzan esta lealtad ciega es el llamado sesgo de confirmación. Quienes ya simpatizan con un político tienden a interpretar toda nueva información de forma favorable, justificando errores, ignorando contradicciones y amplificando los aciertos. La figura del líder se convierte así en un tótem moral al que se defiende no por lo que hace, sino por lo que representa. La crítica se convierte en traición y el debate, en confrontación personal.

A esto se suma la debilidad estructural de nuestros sistemas educativos, que rara vez fomentan el pensamiento crítico, el análisis económico riguroso o la comprensión del poder político. Sin estas herramientas, muchos ciudadanos están a merced de discursos populistas, vacíos de contenido real pero llenos de carga emocional. Promesas como “la vivienda es un derecho”, “el Estado no dejará a nadie atrás” o “vamos a hacer pagar a los ricos” funcionan no porque estén bien fundamentadas, sino porque apelan a deseos inmediatos y resentimientos latentes.

Desde una visión liberal, esto debería alarmarnos. La política no debería ser un terreno para el culto al líder, sino un espacio limitado, acotado por normas, en el que se garantice la libertad de las personas a vivir sus vidas como consideren mejor. Cuando los políticos adquieren un papel central en nuestras expectativas de progreso o bienestar, es señal de que el equilibrio se ha roto. No es su función resolver nuestras vidas, sino asegurarse de no interferir en ellas más allá de lo estrictamente necesario.

Además, esta fe en el poder político genera una creciente dependencia del Estado. Se pide que intervenga en el mercado, que subsidie, que prohíba, que regule, que redistribuya. Y cuanto más interviene, más fallos genera, lo que lleva a más intervenciones para corregir las anteriores. Es un círculo vicioso que desplaza a la sociedad civil, al emprendimiento privado, a las redes solidarias y a la iniciativa individual.

No se trata de negar que el Estado tenga un papel que cumplir. Pero sí de recordar que su poder debe ser limitado, vigilado y constantemente cuestionado. Una ciudadanía verdaderamente libre no es aquella que se entrega con entusiasmo al político de turno, sino la que desconfía por principio de cualquier concentración de poder y se responsabiliza activamente de su propio destino.

En definitiva, debemos recuperar una visión adulta de la política. Una en la que los ciudadanos no se comporten como súbditos esperando favores, sino como individuos conscientes de su dignidad, de sus derechos y de sus límites. Frente a los cantos de sirena de los salvadores políticos, la mejor defensa sigue siendo una ciudadanía informada, crítica y profundamente celosa de su libertad.

 

domingo, 6 de julio de 2025

ESPAÑA, SÁNCHEZ Y EL ESPEJISMO DEL CRECIMIENTO

En los últimos años, el gobierno de Pedro Sánchez ha celebrado reiteradamente el crecimiento del PIB como una prueba irrefutable del éxito de su gestión. Los titulares internacionales y los informes macroeconómicos apuntan a una economía española que, a pesar de los shocks globales, sigue avanzando. Sin embargo, detrás de esta narrativa triunfalista se esconde una realidad menos complaciente: el crecimiento económico de España es más fruto de la inercia, los factores externos y el tirón del sector turístico que de reformas estructurales impulsadas por el Ejecutivo.

Una recuperación sin dirección

Es cierto que España ha recuperado niveles de actividad económica similares a los previos a la pandemia. Pero reducir el análisis al crecimiento del PIB es simplificar en exceso. El empleo sigue caracterizado por una alta temporalidad en muchos sectores, la productividad permanece estancada y la deuda pública ha alcanzado niveles preocupantes. El auge del turismo y los fondos europeos han actuado como muletas temporales, pero el gobierno de Sánchez ha fallado en transformar este contexto favorable en una oportunidad para hacer reformas estructurales profundas.

No ha habido una modernización decidida del mercado laboral, ni una revisión del sistema fiscal que incentive la inversión privada, ni una apuesta firme por la digitalización o la educación de calidad. Al contrario: se han multiplicado los anuncios grandilocuentes sin impacto real, mientras se ha cultivado una cultura política basada en el subsidio y la complacencia, no en la eficiencia y el mérito.

Sánchez: el poder como fin

Pedro Sánchez ha demostrado una capacidad notable para sobrevivir políticamente en un escenario fragmentado y polarizado. Pero esa misma habilidad, que en otros contextos podría considerarse virtú (nota al pie) política, ha degenerado en un ejercicio de poder por el poder. Sus pactos con fuerzas radicales y nacionalistas, sus vaivenes ideológicos y su constante tendencia al personalismo evidencian una adicción al control institucional que empieza a pasar factura a la calidad democrática del país.

Un líder verdaderamente comprometido con el futuro de España sabría dar un paso al lado cuando su figura se convierte en un obstáculo para la estabilidad. Pero Sánchez parece más centrado en blindarse, incluso a costa de deteriorar aún más la confianza institucional y generar una atmósfera de confrontación permanente.

¿Qué vendrá después?

Desde una visión liberal, lo que necesita España no es más intervencionismo, ni más propaganda gubernamental disfrazada de progreso. Necesita reformas que impulsen la competitividad, liberen el potencial del emprendimiento, reduzcan el peso del Estado donde no aporta valor, y apuesten decididamente por la responsabilidad individual y la libertad económica.

El crecimiento, cuando no está anclado en reformas sólidas y duraderas, se convierte en un espejismo. Sánchez ha vivido —y sigue viviendo— del impulso externo y de la anestesia monetaria europea. Pero no podrá sostener ese relato indefinidamente. Tarde o temprano, la realidad exigirá respuestas que este gobierno parece incapaz —o no dispuesto— a ofrecer.


Virtù (italiano, según Maquiavelo): habilidad política, astucia, capacidad de un líder para imponerse y mantener el poder, incluso mediante medios poco ortodoxos si es necesario.